Uno de los temas que hemos estado tratando estos meses es sobre la importancia de criar hijos autosuficientes que se sientan capaces de contribuir y estén dispuestos a ello.
Algunas veces hemos reiterado que la labor de un papá o una mamá es lograr que nuestros hijos no nos necesiten. Esto no es algo fácil de aceptar. Nosotros queremos sentirnos importantes para nuestros hijos queremos que ellos siempre cuenten con nosotros. A veces sentirnos una buena madre depende de si nuestros hijos nos necesitan…y quizá no nos suene bonito, pero no va por ahí la cosa.
Nuestra labor es volvernos imprescindibles, pero al mismo tiempo generar un vínculo tan fuerte que nuestros hijos sepan que estamos para ellos y nosotros también sabremos que podemos contar con su apoyo.
Hay una cita de Rudolf Dreikurs que dice «El deseo de ser «buenas» madres las hace las peores madres. Estas «buenas» madres son una tragedia para el país.» Como pueden leer, no es una cita muy feliz, pero contiene una gran verdad.
En nombre del amor muchas madres (y padres) convierten a sus hijos en seres inútiles, niños malcriados y mimados que se creen con derecho a todo y que cuando se convierten en adultos no saben qué hacer con su vida. Sí, muy crudo pero cierto.
Ahora, me dirán, qué tiene que ver todo esto con el aprender a pedir ayuda. Pues cuando dejamos de hacer todo por nuestros hijos y los empezamos a involucrar en las pequeñas y grandes tareas del día a día, cuando les pedimos ayuda, les estamos empoderando, y les estamos ayudando a desarrollar las herramientas que necesitan para vivir su propia vida.
Cuando en lugar de servirles la leche, les decimos «¿Me ayudas a servir la leche, por favor?» les estamos ayudando a desarrollar los músculos del servicio y de la cooperación. Con los hijos pequeños será fácil encontrar muchas oportunidades de decir «Necesito tu ayuda» es increíble lo prestos que estarán para contribuir y lo empoderados que se sentirán.
Los niños se sienten capaces, y sienten pertenencia cuando contribuyen, y recuerden que cuando un niño siente que pertenece y se siente capaz, se porta mejor.
Claro que con los hijos más grandes y los adolescentes el reto será mayor. No toda ayuda se hará con entusiasmo y buena voluntad, tendremos que hacer seguimiento consecuente, pero el recordar que los resultados se verán a largo plazo y que esto es simplemente parte de nuestro rol de padres nos ayudará a ser perseverantes.
Uno de los grandes retos que tenemos como sociedad es formar jóvenes con un fuerte sentido de comunidad, un sentimiento social que les ayude a ser no solo buenas personas, sino personas que saben hacer el bien y hacerlo bien. No es tarea fácil y está en manos de todos nosotros, educadores.
Fabiola Narváez